“Tu has ahora junto al purgatorio llegado: mira allá la
ladera que lo cierra entorno; mira la entrada allá donde hay una fisura” Vemos
a través de los ojos de Dante la descripción del purgatorio: la montaña de
siete círculos y la playa por la que se accede a esta zona fronteriza, el ángel
que custodia el paso y graba con su espada, sobre la frente del viajero, las 7
letras “P” que son borradas a medida que trasciende los estadios del Purgatorio
hasta el Cielo.
Pero ¿qué sabemos del Purgatorio? ¿y del Limbo?. Hemos sido
marcados, así que adentrémonos hasta más allá del río y de la barca de Catón.
Limbo: ser o no ser
Durante siglos se ha debatido sobre la naturaleza, el propósito y la situación geográfica del Purgatorio. El Vaticano resolvió de un plumazo este último punto, en el verano
de 1999 cuando anunció que tanto las concepciones de Cielo, Infierno como
Purgatorio, no eran “lugares físicos, sino estados de ánimo”.
Sin embargo, en 2007, el Papa Benedicto XVI rectificó
las declaraciones de su predecesor recalificando la parcela infernal para
afirmar que: "el infierno existe y es eterno". Además, creó una
comisión para dictaminar a propósito del Purgatorio y otra para cambiar la doctrina
sobre el Limbo.
De modo que el 13 de Enero de 2011, durante la audiencia del
miércoles ante 9.000 fieles, Benedicto XVI expuso sus conclusiones: “El purgatorio no es
un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino
interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con
Dios"
Según esta doctrina el Cielo es la presencia de Dios y el Infierno la ausencia
de él pero ¿hay consenso en lo que respecta al Purgatorio?.
Como su gemelo el Limbo, tal vez corra su misma suerte,
recordemos que el 29 de Noviembre de 2005 se hacia una declaración desde el
Vaticano en la que se explicaba que el Limbo había desaparecido.
Así de simple: El Limbo ya no existe.
Ese temible lugar al que hasta hace unos años eran
destinadas las almas de los que morían sin ser bautizados (sobre todo los
niños), el hogar de Virgilio en la obra de su discípulo Dante Alighieri , la penumbra a la que
van dirigidos los rezos para que las almas en pena puedan llegar al cielo, ha
sido clausurado.
Lo cierto es que el Limbo ha sido siempre fuente de
conflictos desde que en el Concilio de Cartago ( 418 dc) se les negara a los
niños sin bautizo poder alcanzar la dicha eterna.
San Agustín apoyó la idea del destierro de las almas
manchadas para siempre por el pecado original ya que: “El Limbo para los niños
no bautizados ha de ser eterno, el pecado original es eterno si no se borra
mediante el bautizo”
La discusión a cerca de la efectividad del Limbo continuó
hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965) a partir de ese momento el concepto
cayó en el olvido y las únicas torturas que se consideran dignas de mención
(sin contar las del Infierno) son las que nos esperan en el Purgatorio.
Fue Juan Pablo II el encargado de acabar con el Limbo.
Cuentan que su fijación personal, por este estadio post
mortem, fue consecuencia de una experiencia de la infancia. Cuando Karol
Wojtyla tenía nueve años su madre murió en el parto en el que dio a luz a una
niña muerta. El destino del alma de su hermana, obsesionó a Juan Pablo II hasta
el punto de declarar el tema “de máximo interés”.
En Octubre de 2004, el Papa ordeno al entonces Cardenal
Ratzinguer, crear una Comisión Teológica Internacional para que se ocupase de
perfilar los detalles del cierre del Limbo.
Esta Comisión, compuesta por más de 30 expertos, estuvo
presidida en su inicio por el todopoderoso Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe y posterior papa Benedicto XVI
Rastros históricos del Purgatorio
La pregunta que nos ronda la cabeza, después de ver caer las
paredes del Limbo, es lógica: ¿a dónde van entonces las almas de los que mueren
sin ser bautizados?, encontramos respuesta en el punto 1.265 del Catecismo:
“quedan confiados a la misericordia de Dios”. Y santas pascuas.
Como argüía Pio X en 1905, sustentando las razones de San
Agustín:“Los niños muertos sin bautizar, van al Limbo, donde no gozan de Dios,
pero no sufren. Porque mantienen el pecado original, y sólo ése, no merece el
Cielo, tampoco el Infierno o el Purgatorio”.
Según parece, para encomendarnos a las ánimas de los muertos
en pecado máximo, habrá que buscar en los confines del universo el lugar en el
que habita “la misericordia de Dios”. Tal vez encontremos sus huellas en el
Purgatorio.
Todos tenemos una noción básica del Purgatorio, lo imaginamos
como un lugar tenebroso en el que las almas pagan por sus pecados a la espera
de ser redimidas y así poder cruzar el umbral del ansiado Cielo. Lo curioso es
que la existencia de este paso intermedio, no forma parte de la doctrina
cristiana, pero si del ideario.
En palabras del propio Ratzinguer: “se trata de
una hipótesis teológica, una tesis secundaria”. Es decir, se contempla como una
posibilidad cierta aunque no demostrada.
Pero hay quienes se han devanado los sesos para demostrar la
veracidad del Purgatorio, volvamos a San Agustín,
en el siglo IV introdujo este tercer estado de las almas bajo una premisa casi
matemática: “Al Purgatorio van los que han partido de esta vida, no tan mal
como para no merecer la misericordia Divina, ni tan buenos como para gozar de
la felicidad inmediata”. La idea de un último comodín que nos pueda salvar del
fuego eterno, tuvo buena acogida entre el clero y los feligreses.
Fue en el siglo VII cuando se le buscó una ubicación
territorial al Purgatorio y le lo colocó a medio camino entre el Cielo y el
Infierno.
En el siglo XIII se utiliza por primera vez el concepto del
“fuego del Purgatorio”, en clara alusión a los tormentos que no nos dejarán en
paz hasta que consigamos librarnos del pecado.
La primera definición pontificia del Purgatorio corre a
cargo de Inocencio IV en una carta remitida a los Griegos de Chipre, fechada el
6 de marzo de 1254, donde les pide que constituyan una definición para el
Purgatorio. Este documento es el acta de nacimiento doctrinal del Purgatorio.
Santo Tomás de Aquino era un ferviente defensor de la
existencia del Purgatorio y sus tesis trascendieron hasta los Concilios de Lyon
(1274), Florencia (1439) y Trento (1563) en los que el Purgatorio fue
finalmente confirmado como lugar de transición.
El precio del alma
En el Concilio de Florencia el Purgatorio fue declarado
dogma de fe, se modificó la jurisdicción sobre los muertos e inmediatamente
después, apareció la vertiente negociable del destino del alma.
Aunque lo cierto es que las “indulgencias” no son nuevas,
aparecen ya en los albores del cristianismo y cobran presencia en Francia a
mediados del siglo XI . Por ejemplo eran concedidas a los Cruzados (Urbano II
en 1096 les otorgó indulgencia plena previa confesión de sus pecados) no es
hasta el siglo XIII cuando esta especie de “peaje” se aplica también a las
almas de los muertos.
La Iglesia católica vio en la idea del Purgatorio una fuente
inagotable de ingresos. Si hasta entonces los muertos eran cosa de Dios, la
imagen de los seres queridos en constante sufrimiento por falta de oración y
dádivas, caló en lo más profundo de la moral de los creyentes.
Una cosa es el Infierno, cerrado a cal y canto, sordo a
nuestros ruegos y otra bien distinta un lugar en el que nuestros rezos tienen
eco y en el que, solo gracias a nuestra generosidad, el alma de los que amamos
puede ser salvada del fuego.
¿Quién podría negar unas monedas que sufraguen una misa para
mandar a sus familiares directos al Cielo? Efectivamente, nadie se negó.
El pago de las indulgencias, se convirtió en un rentable
negocio y en la línea divisoria que marcaba el cielo previo de los ricos y el
inalcanzable de los pobres que no podían pagar el rescate por su alma.
Por cierto que este asunto hizo montar en cólera al
reformista Lutero, por ello tanto ortodoxos como protestantes no admiten la
idea del purgatorio, que tampoco esta presente en otras religiones como por
ejemplo el Judaísmo.
El remate de esta genial idea lo propuso el Papa Bonifacio
VIII quien en el siglo XIV ideó “El Jubileo”.
Quedó aprobada el 22 de Febrero
de 1300 una indulgencia especial para todo aquel que visitara Roma. Más
recientemente se concede el perdón total de los pecados en años designados y
por acudir a lugares santos como Santiago
de Compostela.
Desde el edicto de Bonifacio VIII, las bulas y las ventas de
parcelas de cielo proliferaron de forma escandalosa.
Ante este panorama, no podemos sino informarnos en detalle
de cuanto dura la condena en el Purgatorio y por que motivos podemos ir a parar
allí. Podemos concretar que el grado de tormento y la duración del mismo dependen de
varios factores:
- El numero de pecados veniales cometidos.
- La naturaleza de estos pecados
- Las buenas obras del difunto realizadas en vida
- La penitencia del difunto durante su vida
- La generosidad del difunto para con la Iglesia
- Las indulgencias compradas por el difunto en vida.
- Según consta, el grado y la intensidad del dolor que nos espera en el Purgatorio puede depender (y mucho) de la actitud de nuestros familiares vivos.
Hablamos de las consabidas compras de indulgencias y otras
actividades caritativas que tengan a la Iglesia como beneficiaria tales como
misas por encargo.
Grandes doctores del Purgatorio
Si os interesa el tema del Purgatorio, me permito
recomendaros unos cuantos autores, verdaderos eruditos, que saciarán vuestra
sed de conocimientos al respecto.
- Guillermo de Auxerre que en su Summa Aurea (1225) se cuestiona el problema del “fuego” en el Purgatorio y su beneficio para el alma.
- Guillermo de Auvergne quien entre 1223 y 1240 compuso su “Magisterium divinale sive sapientiale” en siete tratados que desglosan entre otras cosas el destino del alma.
- Alejandro de Hale hacia 1223-1229 redacta “Glosa sobre las sentencias de Pedro Lombardo”. En ellas resuelve el problema del fuego de forma salomónica: hay dos tipos de fuego, uno es el que limpia los pecados veniales y nos concierne entre la muerte y la resurrección y otro consumidor y purificador que se nos viene encima entre la resurrección y el juicio final. En la Glosa, Alejandro de Hales profundiza también en la relación entre la iglesia y el Purgatorio.
- San Buenaventura que aporta un rayo de esperanza a la vez que desarrolla la idea del Purgatorio y continua en la línea de Hales sobre el poder de la Iglesia y del Papa sobre el Purgatorio.
- San Alberto Magno para quien negar el purgatorio es una herejía...
Pena de ausencia
Es la condena del tiempo de espera, en ausencia de la visión
beatífica de Dios, el máximo tormento del Purgatorio. Y mientras desde el plano
de los vivos se siguen elevando plegarias a modo de trampolines que catapulten
a nuestros antepasados al Cielo, algo se cuece en el Infierno.
Allí os espero.
P.G. Escuder