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El extraño caso de James Bartley


"Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo...Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atmósfera irisada, como envuelta en una grasa de finísima textura, y volvió a sumergirse en el océano. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena."

Moby Dick, Herman Melville.

Algunas veces, la realidad rivaliza con la ficción llegando a igualarla incluso en sus más descabellados argumentos. Tal es el caso de James Bartley, un timonel de 21 años enrolado durante el invierno de 1891 en el Star of the East.  

Aquel Febrero el ballenero inglés navegaba las aguas del Atlántico sur, frente a las Islas Malvinas, cuando divisó un cachalote de extraordinarias dimensiones. Dos botes se hicieron a la mar para darle caza, en el segundo, James Barthley blandía un inmenso arpón. Peter D. Jeans, cuenta en su libro “Mitos y Leyendas del Mar” que fue un mal gesto de Barthley el que desestabilizó la barca y la hizo volcar con tan mala fortuna que, tras una ardua lucha, el muchacho fue a parar a las fauces de la ballena:

“El animal cerró la boca y se sumergió en el mar, dieron a Barthley por perdido y regresaron al barco. Al día siguiente apareció flotando en la superficie el cuerpo de un cachalote macho recién fallecido. Era un animal muy grande, tanto que  la tripulación pasó dos días despellejándolo. Alguien de a bordo comentó que tal vez fuera el animal que se había tragado a Bartley, pues tenía una herida parecida a la que le habían hecho a aquel animal. Con reticencia, los despellejadores llegaron hasta el estómago y lo abrieron. Efectivamente, vieron una gran masa de gambas y otros pequeños animales junto a un gran bulto con una forma vagamente humana. Era el cuerpo ensangrentado de Bartley con el rostro violáceo.”

M. de Parville
, editor del Journal des Debats, recoge esta secuencia en un artículo publicado en Francia en 1914: “De repente, los marineros se asustaron por los espasmos que daba el estómago del animal. Había algo que daba señales de vida. En el interior se encontró inconsciente al marinero James Bartley. Fue colocado en la cubierta y tratado con baños de agua de mar hasta que despertó…”

Y aún más, la confesión en primera persona del desgraciado timonel: "Me percaté de que me tragaba una ballena [...] Me rodeaba un muro de carne [...] De pronto me encontré en un saco mucho mayor que mi cuerpo, pero completamente a oscuras. Palpé mi entorno y toqué a diversos peces. Algunos parecían estar vivos pues se escabullían por entre mis dedos [...] Sentí un fuerte dolor de cabeza y mi respiración se hacía muy difícil. Al mismo tiempo sentía un calor que me consumía. Un calor que iba en aumento. En todo momento estuve convencido de que iba a morir en el estómago de la ballena. El tormento era irresistible y el silencio allí era absoluto. Intenté incorporarme, mover los brazos, las piernas, chillar. Pero me resultaba imposible, sin embargo mis ideas estaban perfectamente claras y la comprensión de mi situación era plena. Por fin, gracias a Dios, perdí el conocimiento"

Peter D. Jeans corrobora la extraordinaria experiencia con los datos que adjuntó la tripulación del Star of the East: “Tardaron cinco horas en reanimarlo. Cuando despertó parecía estar completamente loco, gritando y agitándose hasta tal punto que tuvieron que atarle en su catre. Hablaba incesantemente del fuego que le había estado consumiendo. Hay que tener en cuenta que la temperatura corporal de la ballena es superior a la del hombre y alguien en ese estómago tendría la sensación que le están asando vivo. Después de esta experiencia, no pudo volver a quedarse solo, nunca volvió a practicar la pesca de la ballena, incluso se negaba a mirar el mar.”


P.G Escuder